jueves, 15 de abril de 2010

FRANCISCO FERNÁNDEZ YEPES


El sabio que habla con los insectos
Es el tercer hijo varón del matrimonio de Agustín Fernández Herrera e Isabel Yepes Jahnke (El verdadero apellido es Yepes, pero luego fue cambiado a Yépez por algunos familiares). Nació en Trincheras, estado Carabobo, el 4 de diciembre de 1923. Es el quinto hijo del matrimonio formado además por Agustín Antonio (1916), María Isabel (1917), Alberto José (1918), María Teresa (1920), Luisa Margarita (1922) que falleció de sólo 3 años, Francisco, Trina (1925) y María Josefina (1927).  Sus estudios de bachiller los realiza en el Colegio La Salle en Valencia y en el Liceo Fermín Toro en Caracas obteniendo el título de Bachiller en Filosofía y Letras en 1941. Al igual que sus hermanos Agustín y Alberto, su padre los motivó, desde muy niños, a tener un profundo amor por la naturaleza y su conservación. Sus primeras excursiones fueron por los alrededores de El Valle y el cerro El Ávila en los alrededores de Caracas, y en Los Teques colectando insectos para su colección y tomando notas de su historia natural.
Continuó sus estudios en la Escuela Superior de Agricultura y Zootecnia, más tarde sería la Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela, donde desarrolló un interés por las plantas, en especial de las orquídeas, por lo que con frecuuencia visitaba al Dr. Pittier para clasificarlas. Conoce al Dr. Charles Ballou, entomólogo, quien lo estimula a estudiar los insectos y lo trata como un asistente de su colección particular que eventualmente dona al Instituto. Francisco quien intercambia ideas y participa en diversas reuniones con científicos de ese momento, se hace miembro de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle. Se integra como miembro del primer Centro de Estudiantes de la Escuela Superior y promueve publicaciones sobre diversos aspectos de la Ingeniería Agronómica. Obtiene el título de Ingeniero Agrónomo en 1945, junto con su hermano Alberto, quien también se destacó como docente e investigador en la Facultad en los estudios de ornitología y mastozoología del país.
Casi de inmediato Francisco ingresa al Departamento de Zoología y Entomología de la Estación Experimental de Agricultura y Zootecnia, dependencia dedicada a la investigación con el cargo de "investigador Auxiliar" bajo la jefatura del Dr. Charles Balou, fundador de los estudios entomológicos agrícolas en Venezuela. Al trabajar como investigador de la Estación también lo convertía, de hecho, en docente de la Escuela Superior, ambas dependencias del Ministerio de Agricultura y Cría. Es promovido para que continué sus estudios entomológicos en el Imperial College of Tropical Agriculture (hoy The University of the West Indies) en St, Augustine en la vecina isla de Trinidad, donde conoce a Claire Rosemary "Bonny" Hingking, de origen chino y continúa sus estudios como especialista en Cornell University de Nueva York, donde contrae matrimonio con Claire y nace en 1947 su primera hija Beatriz.  Regresa a Venezuela y se establece en Maracay, ciudad que ya se sabía sería la sede del Instituto y la Escuela, ahora Facultad de Ingeniería Agronómica de la Universidad Central de Venezuela. Ballou lo aprecia mucho como excelente entomólogo y no duda al mencionarlo como su mejor discípulo. Este año Francisco se incorpora al Comité Editorial del Boletín de Entomología Venezolana creado por sus amigos entomólogos Pablo Anduze, René Lichy, Félix Pifano y el propio Charles Ballou.

Para 1948 es enviado por el gobierno venezolano en misión oficial para Suecia e Inglaterra. En Estocolmo y Londres contacta a importantes entomólogos y visita importantes colecciones entre ellas las del Museo Británico. La colección de insectos de la Facultad crece y recibe la visita de innumerables entomólogos de variados países del mundo.

En 1949 abandona el cargo en la Sección de Reconocimiento de Plagas del Instituto y se dedica sólo y exclusivamente a ser docente de la Facultad. Ballou lo aprecia mucho por su dedicación y excelente entomólogo y no duda al agradecerle por escrito y mencionarlo como el estudiante más brillante que ha tenido en toda su carrera como docente de la entomología. Una de las primeras acciones de Francisco fue fundar una Colección de Insectos, como la que quedaba en el Instituto, pero organizada taxonómicamente y no por cultivos. Para iniciarla dona su colección personal la cual alcanzaba unos 20.000 ejemplares. Su investigación sobre las moscas de las frutas es evaluada para conferirle el título de Doctor de la Universidad Central de Venezuela en 1949.
Su pasión por la colección de insectos y su organización taxonómica lo llevan a visitar con frecuencia el Parque Nacional Rancho Grande, donde comparte experiencias con el zoólogo William Beebe y el entomólogo Henry Fleming, que mantienen unos laboratorios de investigación de la Sociedad Zoológica de Nueva York, en el abandonado edificio de Rancho Grande. 

Fue Francisco quien por su previa experiencia llamó la atención de estos investigadores, sobre el uso que hacían los insectos y las aves, de la cercana abra natural conocida como Portachuelo como un paso migratorio en épocas definidas, entre ambas vertientes montañosas. William Beebe estudia el fenómeno con detalle y encuentra que efectivamente muchas de las especies colectadas en esta abra, situada a unos 1.100 m de altitud, correspondían a bosques o lugares situados mucho más abajo y que sólo estaban volando para pasar de un lado a otro. Sus notas les permitieron concluir que el lugar era un paso obligado de innumerables especies migratorias, bautizándolo como "Portachuelo Pass" o "Paso Portachuelo". Estas observaciones de Beebe y sus colaboradores fueron publicadas poco después y desde entonces, muchos investigadores de diversas latitudes visitan al Parque sólo para conocer ésta mundialmente famosa ruta migratoria. 

A partir de 1950 el edificio es decretado como Estación Biológica de Flora y Fauna "Henri Pittier" de Rancho Grande. Este año la Facultad comienza a funcionar en Maracay, Cerrada la Universidad por un tiempo, la ahora tiranía del General Marcos Pérez Jiménez lo nombra Decano Interino para el período 1952-1954. En 1953, como Decano Interino, recibe la visita en la colección del Rey Leopoldo II de Bélgica y su esposa, aprovechando que están visitando Rancho Grande por varios días, donde Francisco también lo visita y les enseña lo extraordinario de los bosques y su fauna y lo importante que resultaba crear conciencia para proteger este Parque Nacional. En 1956 es parte del equipo interdisciplinario que lleva a cabo lo que se llamó "I Expedición de la UCV al Auyantepuy", tepuy donde se encuentra el Salto Ángel, el más alto del mundo. Agustín, Alberto y Francisco Fernández Yépez estaban invitados a participar en la misma y finalmente se escogió el mes de abril de 1956 para la expedición que duraría varias semanas. Lamentablemente para esa fecha, Alberto debía atender una invitación del C.B.R. para una pasantía y un curso en California, EE.UU. y no pudo participar. La expedición estuvo en el Auyantepui entre el 15 al 19 de abril y luego recorrieron por varios días algunas rutas de la Gran Sabana colectando muestras, ya el 24 de mayo estaban en Ciudad Bolívar y a finales de este mes regresaron a Caracas. Además de Agustín (Peces) y Francisco Fernández Yépez (Entomólogo), formaron parte de esta expedición Willy Ossott (Ingeniero), Oswaldo Graziani, Diego Texera (Fitopatología), Gonzalo Medina Padilla (Vertebrados), Janis Racenis (Entomología), José Vcente Scorza arasitología), Pedro Trebau (vertebrados), Luís E. Mathison, Ernesto Foldats, Luís Medina (Suelos), J. Francisco Natera, Volkmar Vareschi (Botánica), Carlos Julio Rosales (Entomólogo) y Ludwig Schnee (Botánica) acompañados de varios militares e indígenas baquianos.
Quizás gracias al hecho que además de Francisco, otros tres entomólogos forman parte de esta expedición, se logra un colecta extraordinaria de insectos que nutrirán a la Colección Entomológica de la Facultad de Agronomía en Maracay y la de la Escuela de Biología en Caracas. Igualmente aportará conocimientos relevantes sobre diversos grupos de insectos de un lugar tan poco explorado en ese momento.

Francisco ejerce el cargo de Decano Interino apegado a lo académico y así es reconocido cuando la comunidad universitaria de profesores y estudiantes lo defienden ante una decisión, en 1958, de destituir a todos aquellos que ocuparon cargos durante la dictadura. Ello quedaría en solidaria evidencia cuando es nombrado Director de Escuela para el período 1959 a 1961 y después es electo en votaciones democráticas como Decano para el período 1962 a 1965.

La publicación del Boletín de Entomología Venezolana se detiene en 1955 debido a problemas económicos, pero Francisco continuó como parte del Comité Editorial de la revista Agronomía Tropical del C.I.A. (luego CENIAP) y desde 1960 hasta su muerte de la Revista de la Facultad de Agronomía de la UCV. Su amor por la Universidad y su Facultad de Agronomía lo llevó a  colaborar por años junto al profesor Celestino Bonfanti para organizar el Archivo General de la Facultad de Agronomía y la Biblioteca Especializada del Departamento e Instituto de Zoología Agrícola.

En 1960 también organiza las asignaturas de Entomología General y Entomología Aplicada o Económica. Lo acompaña en esta labor su primer discípulo, Carlos Julio Rosales, quienes juntos diseñan las clases y las primeras guías de estudio de ambas materias; mientras su hermano Alberto hace lo mismo para el área de la zoología agrícola. Todas serán luego integradas como Cátedras dentro del llamado Departamento de Zoología Agrícola.

En 1964 promovió y fue miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Entomología. Dedica sus mayores esfuerzos a la enseñanza de la entomología y crea "Escuela" en todos los interesados en esta disciplina en Venezuela. En 1966 funda, junto con Carlos Julio Rosales, la Cátedra de Entomología en la Facultad de Agronomía en Jusepín en la Universidad de Oriente.

Apoya a varios coleccionistas aficionados a los insectos que no eran profesionales, entre ellos a Harold Skinner (1917-2004), Trinitario, quien se radicó en Venezuela y quien fuera especialista en asuntos relacionados con la  exploración petrolera, excelente pintor y coleccionista de insectos. Comenzó su colección primero en La Victoria y luego en la Isla de Margarita. Otro gran coleccionista aficionado fue Francisco "Paco" Romero (1920-2002), oriundo de  Melilla, España y quien fuera un gran aficionado y conocedor de las mariposas y otros insectos de nuestro país. Formó una de las colecciones privadas más importantes de Venezuela en Maracay que siempre puso a la orden para educar a miles de jóvenes de diversas instituciones de Aragua y el resto del país, las cuales hoy día tienen continuidad a través del trabajo de sus hijos y son referencia para muchos investigadores. 

Como amante de la naturaleza el jardín de su casa, en El Limón en Maracay, atrae muchos visitantes por la belleza de su diseño y la variada diversidad de plantas ornamentales que posee provenientes de muchas partes del mundo. Mención aparte merece su cercano invernadero con una abundante colección de orquídeas. Como hobby colecciona también conchas de caracoles y logra tener una admirada cantidad de conchas de todo el mundo.
Dedicó su vida a organizar la Colección de Insectos de la Facultad que fue bautizada con su nombre en un sentido homenaje de sus compañeros y de la Sociedad Venezolana de Entomología. Las actividades de Francisco no paran y logra que se realice en 1976 el “1º Encuentro Venezolano de Entomología”. Ese mismo año le confieren la Orden José María Vargas otorgada por la Universidad Central de Venezuela.
Aunque los entomólogos venezolanos tenían la posibilidad de publicar en varios boletines científicos sobre ciencias naturales, uno especializado en insectos hacía falta para este grupo de profesionales que seguía aumentando en número. Francisco y otros colegas finalmente logran en 1978 reactivar el olvidado Boletín de Entomología Venezolana y ese mismo año, otra de sus ideas se materializa al iniciar sus actividades el Postgrado de Entomología de la UCV en Maracay.

Entre 1979 y 1980, es honrado de nuevo por el gobierno nacional por sus labores en pro del desarrollo de las ciencias recibiendo la Orden Francisco de Miranda por sus labores docentes y la Orden Henri Pittier por sus actividades en pro de la conservación de los recursos naturales.



Francisco Fernández Yépez colectando 
insectos atraídos con luz de mercurio en la
Estación Biológica de Rancho Grande.

En 1982 revisa los trabajos sobre Lepidópteros del martiniqueño Théophile Raymond (18?-1922), considerado el primer entomólogo dedicado al estudio de estos insectos en Venezuela y cuya colección desapareció, pero dejó muchos dibujos de calidad que habían permanecido ocultos en una biblioteca y que ahora Francisco revisa y actualiza para que se logre publicarlas en un hermoso libro editado por Gráficas Armitano para la empresa petrolera Corpoven, con el título de “Mariposas de Venezuela”, con una presentación de Francisco. En 1989 la Colección de Insectos "Francisco Fernández Yépez" del Instituto de Zoología Agrícola de la Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela, la más importante del país, es integrada con otras colecciones zoológicas del Instituto para formar parte del "Museo del Instituto de Zoología Agrícola de la Facultad de Agronomía de la UCV" (MIZA-UCV), bautizado años más tarde con su nombre.



El interés de Francisco no fue limitado al estudio de los insectos, sino que era un ávido coleccionista de estampillas o sellos postales y otros curiosos enseres y antigüedades, afición que compartiría activamente con su sobrino, también estudioso de la fauna y compañero de su Instituto, Alberto Fernández Badillo, que los llevarían a formar parte del primer Club Filatélico del Estado Aragua. También mostró interés en coleccionar caracoles y conchas marinas, apoyando el interés de su hijo Fernando "El Chino" hasta formar una interesante colección de gran belleza y valor educativo.

En 1985 el periodista Miguel Conde, califica a Francisco Fernández Yépez como el "Sabio que habla con los Insectos" en una biografía y visión poética y fresca publicada en El Diario de Caracas el 21 de Septiembre de ese año. 

Fallece en Maracay el 16 de agosto de 1986 a la edad de 63 años, dejando innumerables publicaciones divulgativas y científicas sobre los insectos del país, sus enseñanzas y ejemplo en decenas de discípulos, profesionales y aficionados; una colección de insectos única en el país y una figura admirada por muchos que lo llaman "El Sabio que habla con los Insectos" Si bien las investigaciones de Francisco Fernández Yépez comenzaron en el área de la entomología aplicada, continuando con la general, con el tiempo también incluyó problemas como plagas de ciertos díptera y por supuesto con sus preferidos lepidoptera, especialmente Sphingidae y Heliconiidae. La posición geográfica del Instituto y Departamento de Zoología Agrícola de la Facultad de Agronomía de la UCV de Maracay  es envidiable en el sentido que permite detectar el clima y la nubosidad de la relativamente cercana Cordillera de la Costa y especialmente sobre el área de Rancho Grande y el movimiento de los vientos en el Paso Portachuelo. Siempre se le recuerda cuando al entrar al Instituto, era común verle dando un vistazo hacia Rancho Grande para comentarle, a quien le estuviera acompañando, en si era o no un buen día para subir a colectar insectos. Es reconocido como el fundador de la Entomología Agrícola en Venezuela y un importante hombre de ciencia de la Venezuela del Siglo XX. Por su carácter bondadoso, humilde, correcto y afectivo permanecerá siempre en la memoria de quienes lo conocimos.


PUBLICACIONES:

Brown jr., K.S. & F. Fernández Yépez. 1984. Los Heliconiini (Lepidoptera, Nymphalidae) de Venezuela. Boletín de Entomología Venezolana (Nueva Serie) 3(4): 29-73.

Fernández Yépez, F. 1943. El nematodo de la raíz del tomate. Memoria de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle (Caracas) 3(8):13-15.

Fernández Yépez, F. 1943. El envío de muestras de insectos para su clasificación. El Agricultor Venezolano (83-84):15-17.

Fernández Yépez, F.1945. Los insectos de La Tortuga. Memoria de la Sociedad de Ciencias Naturales de La Salle 5(13):32-33.

Fernández Yépez, F. 1952  Notas sobre insectos importantes  del maíz (Zea mays L)  y del arroz (Oryza sativa L.). Instituto Nacional de Agricultura, Publicación miscelánea (3): 10-11.

Fernández Yépez, F. 1953Contribución al estudio de la mosca de las frutas del género Anastrepha Schiner (Diptera: Trypetidae) y Afines. Anales de la Universidad Central de Venezuela, (33):109-146. (Parte de su Trabajo presentado en 1949 para obtener su Doctorado en Entomología)

Fernández Yépez, F. 1953. Contribución al estudio de la mosca de las frutas del género Anastrepha Schiner (Diptera: Trypetidae) de Venezuela. II Congreso Ciencias Naturales y Afines (Caracas 1951), Cuadernos Verdes, (7):1-42.

Fernández Yépez, F. 1967. In Memorian. Waclaw Szumkowski. 1891-1967.

Fernández Yépez, F. 1978. Contribución a la historia de la Entomología en Venezuela. Revista de la Facultad de Agronomía, Alcance 26:11-27.

Fernández Yépez, F. 1978. El género Sais Hübner, 1816 (Ithomiidae, Lepidoptera) en Venezuela, III Encuentro Venezolano de Entomología, Maracaibo, Memoria, p II 22.

Fernández Yépez, F. 1978. Lista preliminar de los Sphingidae (Lep.) de San Carlos de Río Negro, Territorio Federal Amazonas, Venezuela. Boletín de Entomología Venezolana (Nueva Serie) 1(2):21- 24.

Fernández Yépez, F. 1982. Vanesa atalanta (Linneo) (Lepidoptera: Nymphalidae), nueva mariposa para Venezuela. Boletín de Entomología Venezolana (Nueva Serie) 2(4):44.

Fernández Yépez, F. 1982. Mariposas de Venezuela. El preciado legado de un Naturalista. Corpovoz 1982 (11/12):17-23.

Fernández Yépez, F. 1982. Presentación. En: Raymond, Teophile.1982. Mariposas de Venezuela, Editorial Corpoven, Caracas.

Fernández Yépez, F., J. Clavijo A. & J.B. Heppner. 1996. Antennal positions  resting pyralid moths (Lepidoptera: Pyraloidea). Holartic Lepidoptera 3(2):67-68.

Fernández Yépez, F., J. Clavijo & I. Romero. 1990. Especies del complejo Heliothis virescens (Fabricius, 1977[sic]) (Lepidoptera: Noctuidae) y sus plantas hospederas en Venezuela. Revista de la Facultad de Agronomía (Maracay) 16(3-4):169-175.

Fernández Yépez, F; E Doreste; P Paredes. 1980. Contribución a la historia de la Entomología Agrícola en Venezuela. V Congreso Venezolano de Entomología: La Entomología Venezolana: una revisión crítica, Maracay, En: Memorias, V Congreso Venezolano de Entomología, Sociedad Venezolana de Entomología y Comisión de Extensión de la Facultad de Agronomía, UCV, Maracay, 1981.   pp.

Fernández Yépez, F, A. Fernández, E. Doreste, F, Kern, J, Labrador C, Rosales,  W Szumkowski & W. Whitcomb.1957. Lista Preliminar de nombres comunes de algunos insectos dañinos en Venezuela, Maracay: Universidad Central de Venezuela, Facultad de Agronomía. 12 pp.  

Fernández Yépez, F. & P. Fenjves. 1951. Datos sobre el “Gorgojo negro del plátano” (Cosmopolites sordidus (Germar), 1824; Coleoptera, Curculionidae) en Venezuela.  Agronomía Tropical 6(3):227-231.

Fernández Yépez, F. & J.M. González. 1994. Fauna del Parque Nacional “Henri Pittier”, Aragua, Venezuela: Esfingidos (Lepidoptera: Sphingidae) de Rancho Grande. Boletín del Museo de Entomología de la Universidad del Valle. 2(1-2):43-54.

Fernández Yépez, F. & L.D, Otero. 1985. Hamadryas velutina (Bates) (Lepidoptera: Nymphalidae), nueva para Venezuela. Boletín de Entomología Venezolana 4(4):31.

Fernández Yépez, F. & C.J. Rosales. 1956. Lista Preliminar de los Insectos. Pp. 169-171. En: Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, Ed., El Archipiélago de Los Roques y la Orchila. Caracas: Editorial Sucre.

Fernández Yépez, F; C.J. Rosales 1966. Notas acerca de los problemas entomológicos en el Oriente de Venezuela,  6ª Jornadas Agronómicas, Maracaibo, 1966, Memoria, III,  Sociedad Venezolana de Ingenieros Agrónomos, Caracas.

Fernández Yépez, F., C.J. Rosales & J. Terán. Viaje entomológico a zonas bananeras del Distrito Betijoque, Edo. Trujillo. Natura (Caracas) 50:26-28.

Fernández Yépez, F & L Salas 1952.  Nota sobre el algodoncillo de sabana (Hibiscus sulfureus HBK) como planta hospedera del gusano de la hoja del algodonero Alabama argillacea (Hübner, 1823).  Acta Científica Venezolana 3(1):11-12.

González, J.M. & F. Fernández Yépez. 1992. Descripción de una nueva especie de Athis Hübneer(sic) de Venezuela (Lepidoptera: Castniidae: Castniinae). Memoria de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle 52(137):5-10.

González, J.M. & F. Fernández Yépez. 1992. Lista preliminar de las especies de Castniinae (Lepidoptera: Castniidae) del Parque Nacional “Henri Pittier”, Venezuela. Diagnosis y comentarios. Memoria de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle 53(139):47-53.

Szumkowski, W. & F. Fernández Yépez. 1963. Insecta y Arachnida relacionados con Gossypium en Venezuela, Lista preliminar. Agronomía Tropical, Maracay 13:83-88.

Yépez-Gil, Gustavo, Francisco Fernández Yépez &; José Clavijo.1985. Presencia de Brassolis sophorae (L., 1758) (Lepidoptera: Brassolidae) causando daños en palmas de Chaguaramos, Roystonea oleracea (Jacq.) Colk., en el Estado Carabobo, Venezuela. Boletín de Entomología Venezolana (Nueva Serie)  4(3): 23.

martes, 13 de abril de 2010

¿POR QUÉ NO SEGUIMOS TRABAJANDO EN LA COLECCIÓN DE VERTEBRADOS DEL MUSEO DE LA FACULTAD DE AGRONOMÍA DE LA UCV (MIZA-UCV)















En la fotografía la valiosa Colección de Aves de la Colección de Vertebrados del MIZA-UCV que data de 1937 y es hoy la más antigua del país.

En respuesta a ¿Por qué al jubilarme de la Facultad no siguió nadie más trabajando en la Colección de Vertebrados del MIZA-UCV? ¿Por qué después de tantos años de dedicación a una colección tan valiosa, levantada desde 1937 con la ayuda de tantos investigadores, dejan que ahora se pierda?
Debo señalar que, una vez jubilado y todavía siendo Jefe de la Sección de Vertebrados del MIZA-UCV, estaba ganado a la idea de continuar con mi labor sin involucrarme en lo que no estaba relacionado exclusivamente con el manejo científico de sus colecciones. Pero en una hábil y premeditada jugada sucia, totalmente alejada de la legalidad de los reglamentos del MIZA-UCV, fui sustituido como Jefe de la Sección y días después, sin justificación alguna, también fueron borrados como curadores las personas que habían hecho una excelente labor en estas colecciones trabajando a mi lado durante tantos años. En comunicación, el 22 de enero de 2001, le señalé al DR. Rafael Cásares M., Director del Instituto: “¿Es así como debe funcionar una institución como nuestra Universidad? ¿Hay razones académicas para destituirme de un cargo no político y que por experiencia y ausencia de personal calificado podía seguir ocupando únicamente por mi interés en esa colección? Usted mismo señala que mis planteamientos buscan salvaguardar información, especímenes, ambientes e ideas a las cuales dediqué más de 25 años por tradición familiar y convencimiento propio. De ser así... ¿Por qué mi remoción es avalada por el Consejo Técnico y el propio Director del Instituto? Le agradezco su ofrecimiento para que me ocupe sólo de un grupo, pero no puedo hacerlo de ninguno bajo estas condiciones… No significa por ello que dejaré de estar pendiente del futuro de esta valiosa colección de vertebrados y estoy seguro que la historia y no los hombres de hoy, podrán juzgar imparcialmente esta decisión de ustedes y del abandono que, por experiencia y el conocimiento que tengo de los nuevos protagonistas, terminará tarde o temprano con este importante patrimonio. Agradezco mucho sus palabras en pro de la armonía y tratar de dar a entender que hay un ambiente cordial. ¡No creo que sea así! Le recuerdo que mucho más daño hacen las posiciones de indiferencia, aunque son más cómodas, que aquellas que nos obligan en la vida a tener una posición firme, sin dejar de reconocer nunca que podamos estar equivocados. Creo haber tenido el derecho de que estos asuntos fuesen tratados con una mayor seriedad, más universitaria y académica y no puedo entender que usted y otros miembros del Consejo Técnico puedan conformarse con respuestas tan simplistas como las dadas en su comunicación. Desde entonces no he visto el estado en que se encuentra la Colección de Vertebrados y ni siquiera conozco quien está en el cargo de Jefe de esta Sección, pero si he tenido conocimiento por terceros de que nadie la atiende y gran parte de ella se ha perdido e incluso se han sustraído especímenes y catálogos. ¿Y las colecciones de la Sección de Otros Invertebrados? ¿Y la propia Colección de Insectos? ¿Cuál ha sido su producción científica? ¿Se justificaba construir la nueva sede del MIZA como una obra tan costosa para unas colecciones que no son debidamente manejadas? Me atrevo a afirmar que la colección de vertebrados la van a dejar perder y ahora el súper edificio sólo será sede de la colección de insectos y de unos falsos universitarios que utilizaron sus poderes personales y políticos sólo para figurar, favoreciendo la pérdida de otras colecciones que eran patrimonio de todos los venezolanos. En 2007 solicité que los especímenes de vertebrados fueran donados a otra institución para salvarlos de su abandono, pero nada pasó. Apenas una pequeña parte del nuevo edificio pronto estará listo, con un alto costo en tiempo y dinero. Allí se mudará sólo un depósito de insectos con unos improductivos investigadores que pasaran el resto de su vida solicitando ayudas económicas para poder sobrevivir. La actual sede del Departamento e Instituto quedará sólo para impartir clases y poco a poco será devorada por la ya presente soledad de sus pasillos. ¡La historia me está dando la razón, pero, repito, ojalá esté equivocado! Nota: Todo lo aquí señalado puede ser constatado en las actas del Consejo Técnico del Instituto y el libro de actas de reuniones del MIZA.

martes, 16 de marzo de 2010

¿POR QUÉ ALGUNOS NOS OPUSIMOS AL TIPO DE CONSTRUCCIÓN DE LA NUEVA SEDE DEL MUSEO DEL INSTITUTO DE ZOOLOGÍA AGRÍCOLA (MIZA-U.C.V.)


Esta es la historia que sólo busca resguardar el buen nombre de aquellos que dedicamos mucho esfuerzo trabajando por el MIZA y fuimos excluidos por intereses mezquinos, ambiciosos y politiqueros. Cuando inicié mi labor, en 1975, como profesor-investigador de la Facultad de Agronomía de la UCV, una de las cosas que me propuse fue rescatar la colección de animales no insectos que reposaba descuidadamente en un pequeño cuarto. Estando desde niño ligado a las actividades de colecta de especímenes con fines científicos en compañía de mi padre, Alberto Fernández Yépez, amante de las aves y mamíferos; de mis apreciados tíos Agustín Fernández Yépez, pionero de los estudios de peces en el país; Francisco Fernández Yépez, destacado entomólogo venezolano y Víctor Badillo Francieri, no menos famoso por sus estudios botánicos; tenía que sentirme atraído, por todo lo que significa el valor de una colección científica en el mundo de la ciencia y a ello dediqué gran parte de mi tiempo. La colección de insectos, aún sin nombre propio, era la estrella de la institución y a ella dedicaban mucho tiempo, además de mi tío Francisco, prestigiosos entomólogos que conocía ya desde mis tiempos de estudiante, como Carlos Julio Rosales, René Lichy, Eduardo Osuna, Jan y Bohumila de Bechyne, Janis Racenis, Jorge Terán, Alfredo Dascoli y otros aficionados a los insectos o investigadores de otros países. Años más tarde, formaría parte de la misma, estudiando y dando clases de postgrado sobre los homópteros. Pero mi mayor vocación eran los vertebrados y sabía que la colección de aves había sido la primera creada en el Instituto, por Ventura Barnés Jr. en 1937, fecha reconocida más tarde, en la “III Reunión de Colecciones y Museos de Zoología de Venezuela” como la fundación del hoy Museo del Instituto, uno de las más antiguos del país, ya con 73 años. La colección de insectos se inicia mucho más tarde, en 1949, cuando Francisco Fernández Yépez ingresa a la Facultad y dona su colección particular de unos 20.000 ejemplares, que con el tiempo se transformó en una de las más importantes de Latinoamérica. En la colección de aves trabajaron Alberto Fernández Yépez y más tarde Gerardo Yépez Tamayo, siendo mucho después ampliada con colecciones de peces, anfibios, reptiles y mamíferos. Por resolución del Consejo de la Facultad la Colección de Vertebrados fue bautizada con el nombre del Alberto Fernández Yépez y por propuesta de la Sociedad Venezolana de Entomología, la Colección de Insectos con el de Francisco Fernández Yépez. Con nuevas líneas de investigación en el Instituto surgieron colecciones de nematodos, ácaros, crustáceos, moluscos y otros grupos animales. Poco a poco, cada una de ellas alcanzó importancia en el mundo científico de su especialidad. A pesar de ello, las citas y siglas utilizadas y la asignación de números para los ejemplares eran muy variables, por lo que, de forma natural surgió la necesidad de definir un nombre único de uso internacional y de agrupar todas las colecciones en un solo Museo. Idea que ya tenía en mente Francisco Fernández Yépez, quien falleció en 1986. Así, el 21 de junio de 1989, el Consejo Técnico del Instituto aprueba no sólo el nombre de “Museo del Instituto de Zoología Agrícola de la Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela” y utilizar las siglas “MIZA-UCV”, sino también la integración de todas las colecciones en tres secciones, sus primeros reglamentos, su organigrama y la creación de los cargos de tres Jefes de Secciones, uno de los cuales sería el Director del Museo y de los Curadores (Encargados de colecciones particulares). Muy importante resultó la creación de la nueva figura de “Curadores”, la cual permitió integrar al Museo a investigadores que no necesariamente fueran personal de la Facultad. A pesar de que me contaba entre los que pensaba que el primer Director de esta nueva organización del Museo debía ser el Jefe de la Sección de Insectos por ser la colección más grande e importante, ninguno de los que podían ser postulados mostró interés y hubo consenso en nombrarme, primero Jefe de la Sección de Vertebrados y luego en el cargo de Director. Para entonces, existían muchas personas formando un excelente equipo de trabajo como nunca más ha existido. Comenzó así la reorganización de colecciones en nuevos espacios, reuniones periódicas con su libro de actas respectivo y una participación más entusiasta de los Curadores, que incluyeron personas de otras instituciones, aficionados coleccionistas de conocida trayectoria e incluso estudiantes que habían demostrado vocación por estudiar grupos particulares. Pronto fue planteada la necesidad de contar con un edificio propio para el Museo y todos coincidimos que debía ubicarse dentro de los espacios del Instituto. Se aprobó utilizar los planos existentes en el Ministerio de Desarrollo Urbano que habían sido utilizados para construir los edificios para viviendas en la Urbanización El Paseo, con los cuales se podían hacer modificaciones para adecuarlos a las necesidades de las colecciones y disminuiría significativamente los costos de la obra. Así se realizó el proyecto, con planos y cálculos preliminares para los espacios básicos que se requerían para las tres secciones del Museo. Al término de mi gestión ya estaba clara esta idea y había consenso para construirlo en el estacionamiento posterior del Instituto y evitar su desvinculación física con el mismo. En 1991 debía comenzar la gestión un nuevo Director del Museo. Ya un profesor recién llegado del exterior donde había concluido su doctorado, con una indiscutible dedicación a la entomología, había manifestado su interés en ocupar el cargo y era el lógico candidato, pero su comportamiento prepotente, egoísta y sus claras ansias de poder hacían dudar a todos, sin excepción, de la conveniencia de su nombramiento. Los miembros del MIZA realizamos una reunión privada, fuera de la Universidad y en su ausencia, para discutir tal decisión y sólo después de varias horas y ante la negativa de otros entomólogos de asumir el cargo, todos, algunos con desconfianza, aceptamos darle la oportunidad y finalmente asumió el cargo de Director. Todo cambió, oponiéndose al proyecto existente invitó a unos arquitectos de la empresa de la Facultad de Arquitectura para que nos dictaran una charla de lo que podrían hacer ellos para hacer una gran sede para el MIZA. Nada que ver con el modesto proyecto que teníamos en mente y lo más grave es que, además de ser muy costoso, ya se habían adelantado planos, contratos y supuestamente solicitudes de financiamiento sin ningún tipo de consulta. Desde ese momento algunos nos mostramos opuestos por considerarlo un proyecto muy ambicioso, oneroso, ostentoso y sobre todo porque la propuesta era de un edificio tan grande que debía ser ubicado fuera del área de nuestro trabajo, lo que para algunos significaba que a futuro afectaría nuestro Departamento, Instituto y Postgrados. Hábilmente siguieron reuniones informales, sin convocatorias, sin actas y sólo con los investigadores que, por diversas razones no muy académicas, apoyaban o eran indiferentes ante el nuevo proyecto y poco a poco los que nos opusimos fuimos marginados. Las diferencias, lejos de quedar como diferencias de opinión, pasaron a afectar las relaciones de trabajo y amistad, las cuales ya estaban deterioradas por los que cuestionamos el comportamiento poco cortés y grosero del Director, que llegó incluso a formular críticas infundadas y muy destructivas en contra de las labores de algunos compañeros de la institución e incluso algunas ante autoridades gubernamentales. Estas irregularidades fueron permitidas por varios miembros del Instituto y por algunas autoridades universitarias, que prefirieron mantenerse al margen y no asumir posiciones difíciles con políticos e instituciones influyentes ajenas a la Universidad. En Septiembre de 1993, me tocó asumir la Jefatura del Departamento y la Dirección del Instituto de Zoología Agrícola y solicité a los miembros del MIZA que debíamos reunirnos para elegir un nuevo Director del Museo, que ya correspondía para un nuevo período, pero de nuevo nadie quiso asumir tal responsabilidad, en particular para no tener conflictos con las gestiones de la construcción de la nueva sede y se dejó al mismo Director, quien siguió, abusando de su poder, con sus gestiones personales para la nueva sede, moviendo influencias y sin tomar en cuenta al Instituto, ni seguir los canales regulares, llevando la propuesta directamente hasta las autoridades rectorales, quienes creyeron en su factibilidad, sus probables financiadores y como muchos, vieron la posibilidad de ser protagonistas de la impactante pero muy costosa obra propuesta. La mayoría no estaba enterado de nada de lo que estaba sucediendo, hasta que el problema se agravó, el 17 de octubre de 1994, cuando en una reunión convocada al personal por el propio Director del MIZA, cuestión no tradicional para convocar una Asamblea Departamental, se planteó que no era conveniente que el nombre del Museo estuviese asociado con el del Instituto, la Facultad, ni la Universidad, debido a que le restaba posibilidades en la búsqueda de financiamientos extra-universitarios para la construcción del costoso edificio. Proponen entonces que el MIZA sea rebautizado con el nombre de "Museo Francisco Fernández Yépez", a lo cual, muchos nos opusimos por considerarlo una posición poco universitaria y un insulto a la memoria del propio Francisco, quien jamás hubiese estado de acuerdo con separarlo de la Facultad y menos mezclar su nombre con actividades mercantilistas contrarias a los principios universitarios. Algunos propusimos que se mantuviera el nombre de Francisco Fernández Yépez para la Colección de Insectos, tal como ya estaba establecido en un merecido homenaje de la Sociedad Venezolana de Entomología hace años atrás. La discusión fue muy prolongada y desagradable y finalmente se aprobó, la propuesta conciliadora, de darle el nombre de "Museo del Instituto de Zoología Agrícola Francisco Fernández Yépez de la Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela" y sus siglas “MIZA-UCV”. Temiendo que el grupo que seguía con una posición muy alejada del espíritu universitario no acogiera lo aprobado, se propuso y así quedó aprobado por el Consejo Técnico del Instituto, que el nombre de Francisco Fernández Yépez y el del Museo del Instituto de Zoología Agrícola fueran "inseparables". Algunos llegaron a tal grado de bajeza que informaron a mis primos hermanos, hijos de Francisco, que yo me había opuesto a que el Museo llevara el nombre de mi tío, sin dar mayores explicaciones de las verdaderas razones. En 1995 el Director del MIZA viajó al exterior y al no dejar a nadie encargado, sus miembros nombramos un sustituto para un nuevo período y pasamos un año sin mencionarse de nuevo el proyecto de la nueva sede, pero al regresar retoma las discusiones y asume una posición mucho más personalista, tratando de destruir cualquier opinión contraria a sus claros deseos de ser protagonista e iniciando diligencias inconsultas para conseguir recursos económicos en instituciones privadas, donde tenía contactos influyentes. Apoyado por sus contactos con la Gobernación de Aragua, logra que ésta prometa recursos y publique en la prensa local una solicitud de inscripción de empresas interesadas en la licitación para ejecutar la construcción del “Museo de Zoología Francisco Fernández Yépez”, sin mencionar al Instituto, la Facultad ni a la UCV, lo cual consideramos de extrema gravedad y decidimos denunciarlo ante el Consejo de la Facultad, quienes aprobaron ratificar el uso del nombre completo. Ante las voces de protesta por tantas irregularidades, en 1998 un nuevo Director del MIZA solicita un derecho de palabra para informar sobre el proyecto, derecho que delega en el ex-Director desarrollándose en un ambiente conflictivo, por lo que el Consejo decide nombrar una comisión para investigar y conocer la legalidad de los procedimientos relacionados con la construcción de la nueva sede. Inexplicablemente la comisión concluye que sólo hay problemas personales y de falta de comunicación y días después, en el propio Decanato, se efectúa una reunión con representantes gubernamentales y de la empresa privada para crear una supuesta Fundación para apoyar las gestiones para buscar recursos económicos. Sintiéndome, como otros, frustrado e impotente ante el poder político y económico que apoya el monumental proyecto, debemos enfrentar de ser acusados de tener una posición personal y no, como creíamos, totalmente universitaria. Por ello, algunos decidimos no involucrarnos más ni continuar objetando nada de este absurdo proyecto que pronto comenzó a edificarse, lógicamente con frecuentes interrupciones por la falta de recursos y saqueos vandálicos por falta de vigilancia. La lenta obra sobrepasa ya los 12 años de haberse iniciado y aún está inconclusa. Esta falta de voluntad política, de posiciones cómplices o de indiferencia hacia la solución de los problemas institucionales con mayor prioridad, entre otras posiciones que he considerado inmorales y anti universitarias, me llevaron a precipitar mi solicitud de jubilación en el mes de octubre de 2000. No contentos con esto, luego impidieron que continuaramos trabajando dentro de la estructura del MIZA. Todavía muchos seguimos creyendo que es más importante la diversificación, preservación, identificación y uso científico de los especímenes, que el lujo del lugar donde se guardarán. Hoy algunas colecciones están casi totalmente perdidas por falta de atención. Por ello mi posición, aunque me duela muchísimo lo que está sucediendo, es de bajo perfil y espero que alguna mente lúcida pueda hacer algo para salvar, si todavía es posible, las colecciones de vertebrados, moluscos, arácnidos, crustáceos y otros grupos. Todo parece indicar que el MIZA será un Museo sólo de insectos y que las actuales instalaciones del Departamento, Instituto y Postgrado quedarán en la soledad. ¡Ojalá esté equivocado! Nota: Todo lo aquí señalado puede ser constatado en las actas del Consejo de la Facultad de Agronomía, del Consejo Técnico del Instituto y el libro de actas de reuniones del MIZA.

INCENDIOS EN EL PARQUE NACIONAL HENRI PITTIER

En estos tiempos, época de sequía del año 2010,  estoy de bajo perfil. Lo de estar así, podría referirse a muchos aspectos de mi vida diaria, tales como el familiar, las amistades, las parejas, el trabajo, el político, la medicina y muchos otros que en conjunto forman nuestras vivencias, unas felices, otras no tanto. Quizás también otros al leerla puedan pensar frases como “Eso pasa con la edad”, “Nunca debemos dejar de luchar”, “Creo que es un poco exagerado” y muchísimas más que tratarán de cuestionar esta forma de pensar. Eso no me preocupa y es más, me gusta y siempre lo he hecho, reflexionar sobre las razones que tenemos los seres humanos, que puedan justificar sus actuaciones, con o sin mala intención y eso me incluye. Voy a referirme en esta nota a los incendios de vegetación de nuestro Parque Nacional Henri Pittier. Mi primera visita a ese inmenso bosque la hice cuando era un niño y desde entonces he estado ligado a esta maravilla de la naturaleza, de una u otra manera. Acompañante de mi padre y mis tíos, era un adolescente, cuando acudían a estos bosques a coleccionar plantas, insectos, aves y en general cualquier muestra vegetal o animal que enriqueciera las colecciones de la Facultad de Agronomía de la UCV, donde ellos trabajaban. Conocí así los primeros investigadores de la naturaleza que a veces los acompañaban desde la misma Universidad, otras instituciones nacionales y de lejanos países del mundo. Luego viví cada minuto de esfuerzo de mi padre empeñado en hacer unos laboratorios en el casi abandonado edificio de Rancho Grande. En esa época terminaba mi bachillerato y pude visitar con frecuencia el vecino Museo de Biología de Rancho Grande y la labor que desempeñaron hombres de un pasado no tan lejano y de los que estaban dedicados a tratar de darle continuidad a un museo abierto al público con excelentes exhibiciones de animales disecados aparentando vida y en su ambiente natural elaborado de cera o con delicadas y realistas pinturas. Aprendí mucho al lado de algunos de ellos. Corría el año 1966 y se terminó la construcción de lo que desde entonces sería la “Estación Biológica de Rancho Grande” de la Facultad de Agronomía de la UCV. Seguí frecuentándola con los investigadores de planta e invitados por la Facultad y quizás ello fue determinante para cambiar mi idea de estudiar la carrera de Biología por la de Agronomía, más compleja por su componente ingenieril, pero igual de fascinante por su relación con los seres vivos que tanto amaba y más tarde, descubriendo otro elemento fundamental como era su vinculación con el ser humano y el desarrollo de una sensibilidad social. Ya fallecido mi padre, me gradué y luché contra la sucia politiquería para poder conseguir un empleo sin necesidad de contar con lo que representaban mis ascendentes familiares. Después de pasar meses como investigador en una institución gubernamental, pude ganar el concurso para optar al cargo de profesor e investigador en zoología en mi Facultad de Agronomía de la UCV. Nunca abandoné mis visitas al Parque y conocí, siempre acompañado de personas relacionadas a la naturaleza, lugares tan extraordinarios o más que Rancho Grande, como la Cumbre de Choroní y sus alrededores; el camino Turmero-Chuao, el ascenso a Pico Periquito o Guacamaya, los ríos en franca decadencia de su vertiente sur que dan al, no menos degradado, Lago de Tacarigua o de Valencia; los exuberantes bosques nublados de las cimas y las diferentes formaciones vegetales con su particular fauna de los valles y playas de Turiamo, La Ciénaga de Ocumare, Maya, Ocumare, Cata, Cuyagua, Choroní, Chuao y Cepe. Vi como viven los hombres, mujeres y niños de sus poblaciones. Mi trabajo me llevó a ocupar el cargo de Director de la Estación Biológica de Rancho Grande que orgullosamente fue bautizada con el nombre de mi padre. Casi todas mis investigaciones se concentraron en el estudio del funcionamiento de lo que llaman la maravillosa naturaleza de este Parque. Innumerables fueron mis maestros, unos reconocidos científicos nacionales o extranjeros; otros estudiantes universitarios, de educación media, primaria y hasta pequeños de preescolar. Todos me enseñaron a aprender. Paralelamente recopilé todo lo que pude encontrar escrito sobre el Parque. En todos esos largos años nunca pude ver una época de sequía donde los incendios no devastaran grandes extensiones de la vegetación del Parque. Intervine activamente en protestas, foros, conferencias, charlas, talleres y muchas otras actividades en defensa del Parque, en tratar de concientizar a gobernantes, sociedades, asociaciones, voluntarios y como dicen al común de la gente, lo importante y vital que debía ser detener estos dañinos incendios que poco a poco le ganaban terreno a los bosques y dejaban herbazales que a su vez eran más fáciles de consumir por futuros incendios. Muchas personas participaron en estas actividades y estoy seguro que su conciencia hacia el Parque cambió favorablemente, pero nunca fue suficiente. Se crearon Sociedades, Asociaciones, Clubes, Grupos de Voluntarios, junto con senderos para interpretar los fenómenos naturales y conocer su flora y fauna. Vi nacer Sociedades que aún luchan por nuestro Parque. Aún así, los incendios continuaron y en algunos años alcanzaron altitudes nunca antes afectadas. Todo ese conocimiento adquirido con los años me permitió ver como se perdía el hábitat natural de plantas y animales, como cambiaba su presencia o abundancia, como los pequeños ríos se secaban en la época de sequía, mientras otros desaparecían para siempre. Palpé el aumento de actividades ilegales como la tala para conucos, fundación de fincas, ampliación de las fronteras agrícolas en detrimento de bosques, construcción de viviendas, cacería furtiva. Pocos decían algo ¿Qué hacer? Las acciones requerían de campañas educativas, obras de prevención, eficiente vigilancia, grupos entrenados para el combate de incendios. La participación gubernamental con sus recursos era fundamental para alcanzar estos logros, pero nunca ha habido voluntad política, porque estas acciones no dan prestigio, no favorecen reelecciones, ni ofrecen jugosas comisiones. Sólo lucharon grupos de voluntarios y algunas sociedades no gubernamentales y aún lo hacen. En 1987 la tragedia de un deslave sepultó muchas esperanzas. Algunos dijeron que era la natural evolución de las montañas, otros advertimos el efecto de la causa: la degradación de los bosques. Nadie escuchó y mucho menos se hizo algo. Siempre he dicho que todos tenemos un tiempo para cada cosa. Cuando se es joven, se lucha con energía; luego se lucha con el trabajo que lleva al verbo y la pluma. Nadie escucha ni lee y mucho menos actúa. Así ha sido siempre y por eso nos llega el tiempo de la reflexión, de dejarle el camino a los que vienen detrás. Sólo el tiempo dirá si era o no razonable haber hecho lo que se hizo. Hoy el Parque casi está dividido en el eje Maracay-Choroní, nadie lo evitó; hoy el pie de monte del Parque está cubierto de herbazales que avanzan comiendo bosque; hoy el Parque perdió su historia con el derrumbe de la casona de La Trinidad. Pero miles se divierten, ríen y se emborrachan en su costa. Ya quemado aparece un solitario y prepotente helicóptero que busca publicidad y desprecia a los voluntarios. Para mi llegó el tiempo del silencio, de la espera, de mantenerse de bajo perfil. No más araré en el mar. Suena muy duro decirlo ¡Los bosques del Parque Nacional Henri Pittier van camino a su extinción!
Alberto Fernández Badillo
Época de sequía del año 2010