martes, 16 de marzo de 2010

INCENDIOS EN EL PARQUE NACIONAL HENRI PITTIER

En estos tiempos, época de sequía del año 2010,  estoy de bajo perfil. Lo de estar así, podría referirse a muchos aspectos de mi vida diaria, tales como el familiar, las amistades, las parejas, el trabajo, el político, la medicina y muchos otros que en conjunto forman nuestras vivencias, unas felices, otras no tanto. Quizás también otros al leerla puedan pensar frases como “Eso pasa con la edad”, “Nunca debemos dejar de luchar”, “Creo que es un poco exagerado” y muchísimas más que tratarán de cuestionar esta forma de pensar. Eso no me preocupa y es más, me gusta y siempre lo he hecho, reflexionar sobre las razones que tenemos los seres humanos, que puedan justificar sus actuaciones, con o sin mala intención y eso me incluye. Voy a referirme en esta nota a los incendios de vegetación de nuestro Parque Nacional Henri Pittier. Mi primera visita a ese inmenso bosque la hice cuando era un niño y desde entonces he estado ligado a esta maravilla de la naturaleza, de una u otra manera. Acompañante de mi padre y mis tíos, era un adolescente, cuando acudían a estos bosques a coleccionar plantas, insectos, aves y en general cualquier muestra vegetal o animal que enriqueciera las colecciones de la Facultad de Agronomía de la UCV, donde ellos trabajaban. Conocí así los primeros investigadores de la naturaleza que a veces los acompañaban desde la misma Universidad, otras instituciones nacionales y de lejanos países del mundo. Luego viví cada minuto de esfuerzo de mi padre empeñado en hacer unos laboratorios en el casi abandonado edificio de Rancho Grande. En esa época terminaba mi bachillerato y pude visitar con frecuencia el vecino Museo de Biología de Rancho Grande y la labor que desempeñaron hombres de un pasado no tan lejano y de los que estaban dedicados a tratar de darle continuidad a un museo abierto al público con excelentes exhibiciones de animales disecados aparentando vida y en su ambiente natural elaborado de cera o con delicadas y realistas pinturas. Aprendí mucho al lado de algunos de ellos. Corría el año 1966 y se terminó la construcción de lo que desde entonces sería la “Estación Biológica de Rancho Grande” de la Facultad de Agronomía de la UCV. Seguí frecuentándola con los investigadores de planta e invitados por la Facultad y quizás ello fue determinante para cambiar mi idea de estudiar la carrera de Biología por la de Agronomía, más compleja por su componente ingenieril, pero igual de fascinante por su relación con los seres vivos que tanto amaba y más tarde, descubriendo otro elemento fundamental como era su vinculación con el ser humano y el desarrollo de una sensibilidad social. Ya fallecido mi padre, me gradué y luché contra la sucia politiquería para poder conseguir un empleo sin necesidad de contar con lo que representaban mis ascendentes familiares. Después de pasar meses como investigador en una institución gubernamental, pude ganar el concurso para optar al cargo de profesor e investigador en zoología en mi Facultad de Agronomía de la UCV. Nunca abandoné mis visitas al Parque y conocí, siempre acompañado de personas relacionadas a la naturaleza, lugares tan extraordinarios o más que Rancho Grande, como la Cumbre de Choroní y sus alrededores; el camino Turmero-Chuao, el ascenso a Pico Periquito o Guacamaya, los ríos en franca decadencia de su vertiente sur que dan al, no menos degradado, Lago de Tacarigua o de Valencia; los exuberantes bosques nublados de las cimas y las diferentes formaciones vegetales con su particular fauna de los valles y playas de Turiamo, La Ciénaga de Ocumare, Maya, Ocumare, Cata, Cuyagua, Choroní, Chuao y Cepe. Vi como viven los hombres, mujeres y niños de sus poblaciones. Mi trabajo me llevó a ocupar el cargo de Director de la Estación Biológica de Rancho Grande que orgullosamente fue bautizada con el nombre de mi padre. Casi todas mis investigaciones se concentraron en el estudio del funcionamiento de lo que llaman la maravillosa naturaleza de este Parque. Innumerables fueron mis maestros, unos reconocidos científicos nacionales o extranjeros; otros estudiantes universitarios, de educación media, primaria y hasta pequeños de preescolar. Todos me enseñaron a aprender. Paralelamente recopilé todo lo que pude encontrar escrito sobre el Parque. En todos esos largos años nunca pude ver una época de sequía donde los incendios no devastaran grandes extensiones de la vegetación del Parque. Intervine activamente en protestas, foros, conferencias, charlas, talleres y muchas otras actividades en defensa del Parque, en tratar de concientizar a gobernantes, sociedades, asociaciones, voluntarios y como dicen al común de la gente, lo importante y vital que debía ser detener estos dañinos incendios que poco a poco le ganaban terreno a los bosques y dejaban herbazales que a su vez eran más fáciles de consumir por futuros incendios. Muchas personas participaron en estas actividades y estoy seguro que su conciencia hacia el Parque cambió favorablemente, pero nunca fue suficiente. Se crearon Sociedades, Asociaciones, Clubes, Grupos de Voluntarios, junto con senderos para interpretar los fenómenos naturales y conocer su flora y fauna. Vi nacer Sociedades que aún luchan por nuestro Parque. Aún así, los incendios continuaron y en algunos años alcanzaron altitudes nunca antes afectadas. Todo ese conocimiento adquirido con los años me permitió ver como se perdía el hábitat natural de plantas y animales, como cambiaba su presencia o abundancia, como los pequeños ríos se secaban en la época de sequía, mientras otros desaparecían para siempre. Palpé el aumento de actividades ilegales como la tala para conucos, fundación de fincas, ampliación de las fronteras agrícolas en detrimento de bosques, construcción de viviendas, cacería furtiva. Pocos decían algo ¿Qué hacer? Las acciones requerían de campañas educativas, obras de prevención, eficiente vigilancia, grupos entrenados para el combate de incendios. La participación gubernamental con sus recursos era fundamental para alcanzar estos logros, pero nunca ha habido voluntad política, porque estas acciones no dan prestigio, no favorecen reelecciones, ni ofrecen jugosas comisiones. Sólo lucharon grupos de voluntarios y algunas sociedades no gubernamentales y aún lo hacen. En 1987 la tragedia de un deslave sepultó muchas esperanzas. Algunos dijeron que era la natural evolución de las montañas, otros advertimos el efecto de la causa: la degradación de los bosques. Nadie escuchó y mucho menos se hizo algo. Siempre he dicho que todos tenemos un tiempo para cada cosa. Cuando se es joven, se lucha con energía; luego se lucha con el trabajo que lleva al verbo y la pluma. Nadie escucha ni lee y mucho menos actúa. Así ha sido siempre y por eso nos llega el tiempo de la reflexión, de dejarle el camino a los que vienen detrás. Sólo el tiempo dirá si era o no razonable haber hecho lo que se hizo. Hoy el Parque casi está dividido en el eje Maracay-Choroní, nadie lo evitó; hoy el pie de monte del Parque está cubierto de herbazales que avanzan comiendo bosque; hoy el Parque perdió su historia con el derrumbe de la casona de La Trinidad. Pero miles se divierten, ríen y se emborrachan en su costa. Ya quemado aparece un solitario y prepotente helicóptero que busca publicidad y desprecia a los voluntarios. Para mi llegó el tiempo del silencio, de la espera, de mantenerse de bajo perfil. No más araré en el mar. Suena muy duro decirlo ¡Los bosques del Parque Nacional Henri Pittier van camino a su extinción!
Alberto Fernández Badillo
Época de sequía del año 2010

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