jueves, 1 de marzo de 2007

SE PIERDE VALIOSA COLECCIÓN DE VERTEBRADOS EN VENEZUELA




















En 1937 al crearse lo que hoy es la Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela, el zoólogo portorriqueño Ventura Barnés Jr., quien dictaba algunas clases dio inicio a una pequeña colección de aves que al poco tiempo ya era una representación de ejemplares preservados de una gran diversidad de animales como arañas, insectos, ranas, culebras, lagartos, aves y pequeños mamíferos. Al inicio de la década de los años 50 Francisco Fernández Yépez organiza y da un gran impulso a la colección de insectos que al tiempo llegó a ser la más importante del instituto de Zoología Agrícola y del país; mientras su hermano Alberto Fernández Yépez continuó enriqueciendo la colección de vertebrados e invertebrados no insectos. La colección entomológica, bautizada con el nombre de Francisco Fernández Yépez, se incrementó con ejemplares colectados por varios investigadores nacionales y extranjeros, de aquellos provenientes de inventarios, consultas sobre plagas agrícolas, de viajes a diversos rincones del país y pronto llegó a ser una de las colecciones de insectos más importantes de Latinoamérica y con sus altos y bajos ha permanecido así hasta la actualidad. No tuvo igual suerte la colección de otros grupos zoológicos que, a partir de 1970 fue almacenada en un cuarto y se perdieron muchos de sus ejemplares, sin embargo en la década de los años 80 fue recuperada y de nuevo tuvo auge y creció rápidamente llevándose desde entonces un cuidadoso registro del ingreso de ejemplares en catálogos creados para tal fin. Bautizada con el nombre de “Alberto Fernández Yépez” la colección de vertebrados creció particularmente en su representación de la fauna del Parque Nacional Henri Pittier y de muchas regiones al sur del río Orinoco, además de otras localidades visitadas por los investigadores del Instituto. En 1989 todas las colecciones zoológicas del instituto fueron agrupadas dentro de lo que se llamó “Museo del Instituto de Zoología Agrícola” conocida internacionalmente con sus iniciales MIZA y dividida en tres secciones: Vertebrados, Insectos e Invertebrados no insectos. El primer Director del MIZA en 1989 fue Alberto Fernández Badillo, quien a su vez era el Jefe de la Sección de Vertebrados. La colección de vertebrados, ubicada en un antiguo salón de clase, fue reorganizada en armarios y cajas herméticas dentro de un ambiente controlado para evitar daños por ataques de plagas y el efecto de los factores climáticos propios del trópico. Su cantidad de ejemplares siguió creciendo con el aporte de trabajos de grado realizados por estudiantes de pre y postgrado, así como de investigadores, nacionales y extranjeros, que fueron apoyados en sus labores científicas por el Instituto y la seleccionan como depositario de los ejemplares de referencia de sus trabajos. Recibió financiamiento de la Universidad y funcionó con la colaboración no remunerada de estudiantes interesados en aprender el manejo de las colecciones zoológicas. Logró obtener una parte de la colección ictiológica de Agustín Fernández Yépez que se daba por perdida y ser depositaria, por mandato gubernamental, de parte de los ejemplares colectados en expediciones de extranjeros en Venezuela que ejecutaban proyectos con participación de personal del Instituto. Llegó a tener hasta seis curadores encargados de velar por su buen estado e identificación y la colección creció a tal punto que se hizo de obligada revisión para los investigadores que estudiaban la fauna de vertebrados venezolana. Lamentablemente posiciones totalmente alejadas de criterios institucionales y sin conciencia de su importancia, favorecieron la salida de la mayoría de sus curadores y colaboradores y desde 1999 la colección entra en una fase de acelerado deterioro que se sigue agravando día a día. La falta de mantenimiento ha determinado que hoy se haya perdido un 70% de los ejemplares preservados en alcohol y cerca de un 50% de las pieles y otras muestras que con tanto esfuerzo y costo fueron preparadas, organizadas e identificadas para apoyar investigaciones en épocas no muy lejanas. La falta de atención para mantener un ambiente controlado favoreció el ataque de plagas y el deterioro por las altas temperaturas y humedad. Esta situación no debió suceder jamás y con ella sólo le damos la razón a los investigadores extranjeros que con frecuencia insistían en llevarse los ejemplares colectados a sus países argumentando que los latinoamericanos no tenemos constancia ni recursos para mantenerlas. Hoy día esta importante colección se ha perdido sin que ningún miembro o autoridad del Instituto se sienta motivado a evitarlo. Hemos insistido muchas veces en que hubiese sido preferible donarla a otra institución que pudiera valorar lo que sin duda era parte de un patrimonio histórico para la ciencia que nunca podrá ser recuperado. Irónicamente hoy el Museo del Instituto construye, cuestionado por algunos, un costoso edificio para alojar estas colecciones, pero ¿Para qué nos sirve un oneroso edificio para unas valiosas colecciones que se están perdiendo por falta de recursos humanos y económicos, sin apoyar estudios ni producir resultados publicados? ¿Se atreve alguien a ponerle un precio a estas pérdidas? ¿No podrán salvar lo poco que queda donando las muestras a otra institución interesada? Las colecciones zoológicas no pueden manejarse simplemente como almacenes de ejemplares preservados, pues requieren dedicación y sobre todo ser apoyo para investigadores que generen resultados publicados en revistas científicas y divulgativas, útiles para tomar decisiones para la conservación de la diversidad biológica del país.